Por Ivana Osuna
Es necesario antes que nada aclarar que este artículo está escrito desde el hastío, por lo cual podrá sonar como una constante protesta, que considero absolutamente necesaria para que se comprenda lo que estoy tratando de expresar.
Como todas las personas que llegaron al mundo entre 1981 y 1999, pertenezco a una generación con recuerdos borrosos pero dolorosos de la crisis del 2001, Cromañón, el incendio de Ycuá Bolaños y otras tragedias sucedidas en ese periodo de tiempo en el cual todavía éramos niñxs para entender cómo funcionaba el mundo pero ya nos iba quedando claro que lindo no era, y como todo habitante del globo, no elegí ni elegimos nacer. Simplemente, un día, llegamos.
Como niñxs, no prestamos demasiada atención a lo que sucede a nuestro alrededor, pero con el desarrollo de la conciencia también aparece la pubertad y es ahí cuando empezamos a preguntarnos muchas cosas, como cuando éramos niñxs sí, pero ahora intentando encontrar las respuestas por nosotrxs mismxs. Nos empezamos a relacionar también con otros habitantes del mundo, con sus propias vivencias y experiencias, aunque muchas veces nos olvidemos de esto. En esa relación con el entorno, aparece también una necesidad latente de pertenencia: encontrar un grupo de personas que compartan entre sí ciertas características, gustos, preferencias. Y es ahí que, debido a la clara inexperiencia propia de la niñez y de no comprender aún algunos mecanismos para mantener vínculos sanos, que nos esforzamos por encajar en ese grupo en el que queremos estar y nos dejamos convencer de lo que está bien y lo que está mal. Firmamos un contrato en el cual acordamos con lxs otrxs pensar, decir y sentir de determinada manera.
Es muy probable que vos también lo hayas pasado y no te hayas percatado, porque es que a veces nos olvidamos que los seres humanos solo somos otra especie de animales, y que la conducta es el resultado de millones de años de evolución en el cual se prima un solo objetivo: sobrevivir. Queremos pertenecer a un grupo porque necesitamos una manada, pues animal que anda solo es presa fácil. En la adolescencia, donde empezamos a descubrir sensaciones que no conocemos y nos apabullan las hormonas, la necesidad de pertenencia se dispara y nos vemos acorraladxs a responder reglas tácitas que a veces no son las que realmente nos representan. Nos desconectamos de nuestros propios sentimientos en pos de un objetivo común con esa manada a la que tanto nos costó ingresar.
Actualmente, nuestra generación empieza a construir sus cimientos en la adultez: somos la nueva generación de adultxs y como tales, tenemos una responsabilidad. Para con nosotrxs pero también para con las generaciones que vienen detrás de nosotrxs. Porque es sabido que una de las primeras resistencias a la autoridad las vivimos en casa, con lxs adultxs que tuvieron esa misma responsabilidad que ahora nos toca asumir. Y para ello, debemos reivindicarla.
No vamos a discutir acá si la segmentación por generaciones es o no una estrategia de márketing o un fenómeno sociológico. Lo cierto es que ser millenial es plenamente criticado como algo que nosotrxs elegimos para nuestra vida, pero no, no es que “nos condenaron” a ser millenials, somos una generación a la que le tocó cuestionarse y cuestionarse es como sacarse la cascarita de una herida pequeña: duele, sangra, pero eventualmente sana. Reivindicamos el trabajo de los psicólogos y las psicólogas, pusimos en agenda la salud mental, nos animamos a discutir ese tema tan “polémico” en la mesa familiar y decidimos qué hacer con nosotrxs mismxs, si traer o no hijxs al mundo, si estamos realmente capacitados, en qué condiciones está el planeta y un sinfín de preguntas que tuvimos el coraje de hacernos. Nos armamos de herramientas para defendernos de aquellas ideas que nuestrxs adultxs propusieron, muchas de ellas cargadas de toxicidad. No creemos ya en el “para siempre” del amor y empezamos a valorar los vínculos sanos, no más para pertenecer sino para compartir lo que reste de vida. Aprendimos a comprender, respetar y naturalizar las decisiones personales e íntimas de lxs demás. Priorizamos nuestras pasiones y contra todo pronóstico nos salimos de las oficinas y los call centers para perseguir nuestro sueño, aunque la crisis tenga muchos de ellos en pausa, sabemos que están ahí, esperando el momento para brillar.
Nunca dejes, millenial, que digan que nuestra generación no tiene lo necesario para cambiar el mundo. Seamos lxs adultxs que necesitábamos cuando nosotrxs éramos niñxs.