Chile: La revolución de las hijas

En los primeros días de mayo empezó a funcionar la convención constituyente encargada de darle forma a la nueva constitución chilena. Está compuesta por 155 ciudadanos y ciudadanas, elegidos por el voto popular y es la primera vez en la historia mundial que una constitución es redactada de forma paritaria.

Para que se entienda mejor, en Chile sigue vigente la constitución de 1980 promulgada y aprobada de forma fraudulenta por el régimen de Pinochet, si bien, a lo largo del tiempo se realizaron reformas que la hicieron aceptable para un Estado democrático, sigue sosteniendo la idea de un modelo político que impulsa distintos problemas estructurales como; la concentración de la riqueza; prioridad al sector privado sobre el publico; mecanismos políticos para perpetuar el poder de los partidos tradicionales y conceptos difusos que infringen los derechos humanos. Con la puesta en marcha de la reforma constitucional se planea integrar una agenda política amplia y plural con perspectiva de género y ambiental, en dónde quieren dejar atrás el lineamiento político de los partidos conservadores chilenos, será la primer constitución latinoamericana en contener una cierta mirada “progresista” actual.

Pero ¿Cómo pasaron de una Constitución “pinochetista” a este proceso de reforma? La periodista y escritora Luciana Peker nos da un puntapié para lograr entender cual fue el momento exacto que desencadenó esta transformación política, social e histórica. Todo empezó en octubre del 2019 por el aumento del boleto del metro, estudiantes secundarios de la capital, Santiago de Chile, que, en su mayoría eran mujeres decidieron protestar en contra, colándose en el metro y organizando manifestaciones en las calles y los colegios. “Si la historia tiene a los adolescentes como víctimas (La Noche de los Lápices como caso testigo de la crueldad contra las chicas y chicos que querían cambiar la realidad y viajar con boleto estudiantil hacia una sociedad más justa), la revolución de las hijas marca un cambio de época y a una actora política central: las pibas. Si los paraguas marcaron la escenografía de la independencia como Virreinato de España, es el brillo violeta y los pañuelos verdes los que construyen los signos de una autonomía corporal e intelectual que no hay tormenta que frene”. Nos lo dice Luciana Peker en el prologo de su libro “La revolución de las hijas”. Con esto nos quiere decir que en el escenario político los jóvenes somos actores fundamentales, pero, gracias a la ultima ola feminista (que no se da solo en Argentina sino que tiene incidencia en Latinoamérica) ya no se habla de “los jóvenes” sino que el rol y empoderamiento de las pibas pasa a ser un eje fundamental y un motor clave de transformación social a la hora de conquistar derechos.

 

 

 

Lo que en sus principios era algo aislado, terminó por sumar al resto de los sectores sociales. Las adolescentes no solo saltaron los tornos del metro, sino que abrieron las puertas a los reclamos de los problemas que atraviesan a la población chilena. El 18 de octubre, la movilización se expandió por fuera de la capital y desencadenaron protestas en distintas ciudades del país, donde no faltó la violencia y la represión institucional de la mano de los carabineros. Si bien el presidente de Chile, Sebastián Piñera, anunció la retirada de los nuevos precios, al pueblo chileno le quedó chica esa medida y fue por más, por lo que al día de hoy lograron iniciar una reforma constitucional, a través de un plebiscito histórico que obtuvo la mayor cantidad de votantes en su historia y fue aprobado por más del 78% de los votantes.

Pensar al estallido chileno como producto de la revolución de las hijas me parece una lectura correcta, al fin y al cabo ellas son parte de una generación empoderada que carga con convicciones políticas y al mismo tiempo son consecuencia del hartazgo de las desigualdades sociales, esta ecuación fue perfecta para desencadenar un proceso de cambio social.

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