Por Exe Arrúa
El 13 de junio se celebra el día del escritor. La fecha celebra el nacimiento de Leopoldo Lugones, fundador de la Sociedad Argentina de Escritores.
Escribir es esconder emociones, camuflar entre palabras eso que no sabes dónde guardar. A veces cuando escribo recupero mis ganas de vivir.
Es una necesidad adquirida a los largo de los años, quizás sea biológico, tal vez sea una adicción que contrarresta a las otras. Las letras son piezas del alma que ordenan el sentir.
Cuando los sueños se truncan y el colectivo que te lleva a la felicidad no para porque va lleno, cuando la ira petrifica nuestra espalda y el amor nos ahoga de sensaciones; el único recurso tangible que tiene el alma son las palabras escritas.
Los textos que escribimos son el borrador de nuestra historia, todo lo que fuimos queda perpetuado en algún párrafo y cuando se nos bloquea el teclado de la imaginación es cuando más cerca estamos de escribir la verdad, nuestra verdad. Esa que nos atosiga todos los días hablándonos al oído.
Escribo para perpetuar los momentos felices porque llegado un día mis recuerdos comenzarán a borrarse. Hay más verdades en lo que escribo que en lo que pude haber dicho. Cuando sos chico y nadie te escucha necesitas depositar la soledad en algún lugar: algunos jugaban bien al fútbol, estában los que aprendian a tocar el piano y otros solo nos desquitabamos con el gloria de 24. Escribir tiene que ver con el entorno pero por sobre todas las cosas uno escribe para decirse.
Pero también escribo porque le tengo miedo a la muerte, porque no tengo ni una sola prueba de que existe el mañana. Porque la duda es mi nombre de pila y no recuerdo ninguna realidad que no haya intentado tergiversar.
Los personajes de mi historia siempre tuvieron un giro sobre el final y pocos son los cuentos que terminaron bien. Quizás solo escriba por eso, por un acto catártico de calmar mi agonía, no se.
De lo único que estoy seguro es de mi cama, de mí perra y de que si no escribiese hoy no estaría vivo. Escribir nos salva la vida.