La ensalada rusa y los pueblos libres

Por Fernando Marturet para Hay Una Guerra

El pasado 24 de febrero nos despertamos con un discurso de Putin ante la ONU diciendo que iban a realizar una operación militar especial para tomar el control de Kiev, la capital de Ucrania. Este hecho y las posteriores imágenes de tanques rusos tomando las calles ucranianas despertaron un fuerte rechazo hacia Rusia por parte de la población mundial.

Pero la indignación colectiva se propagó más allá de la figura del gobernante, generalizándose a todo el pueblo ruso. Por las redes comenzaron a manifestarse expresiones de rechazo a “lo ruso”, aunque desde Rusia una gran parte de la población mostraba su descontento con las acciones llevadas adelante por su mandatario Putin, quien desde hace ya una década tiene el poder aún luego de repetidas denuncias de interferir con los procesos democráticos.

Un famoso restaurante cordobés usó un cartel en su entrada informando que “iban a quitar la ensalada rusa del menú en apoyo al pueblo ucraniano”. Este tipo de acciones, por más “inofensivas” que parezcan, generan confusión hacia qué o quiénes manifestar nuestra indignación por la guerra. Justamente esta emblemática ensalada, tan conocida y amada por todes, guarda un origen común con la lucha de los pueblos de Ucrania y Rusia por la libertad.

Para entender esta historia, tenemos que remontarnos mucho, mucho tiempo atrás cuando el territorio de Ucrania y Rusia pertenecía al Imperio ruso, un Estado inmenso entre dos continentes, Europa y Asia, que era gobernado de forma absolutista por los zares. Estos concentraban todos los poderes y decidían sobre la paz y la guerra, decretaban las leyes, nombraban y separaban ministros, y poseían la máxima autoridad religiosa. Por otra parte, la gran mayoría de la sociedad civil vivía en el campo, en condiciones de pobreza extrema y pagando grandes impuestos a los zares para sostener su status.

En esos años, la ensalada rusa ya era un símbolo mundial de la zona, pero sus ingredientes eran muy distintos a los de la que ahora conocemos: cangrejos, gambas y alcaparras bañadas en una mayonesa roja formaban la «Ensalada Olivier», como se la llamó originalmente. La única forma en que un campesino ruso probara esta lujosa ensalada era cuando se hacía una boda real o alguna otra fiesta grande de los zares. Mientras la aristocracia disfrutaba inmensos banquetes repletos de delicias, el pueblo esperaba afuera de los palacios a que les dieran las sobras que quedaban del festín.

Como sabemos, la suerte de los zares cambió cuando una fría noche de octubre del año 1917, los soviets (asambleas populares formadas por obreros y campesinos que se oponían al zarismo) tomaron el palacio de inverno y conquistaron el poder del Estado. Es también es esta época cuando en Ucrania comienzan a gestarse movimientos independentistas, aunque lastimosamente la libertad de Ucrania tardó en llegar ya que ante la caída de los zares, cayeron bajo el control de la unión soviética y recién en 1991, con la caída de la URS, el pueblo ucraniano pudo conseguir su independencia.

Es bastante complejo entender los procesos políticos que ocurrieron en este territorio, pero la revolución rusa fue y sigue siendo uno de los momentos más importantes de la humanidad cuando aunque sea por un instante las clases oprimidas pudieron disputar el poder a las clases dominantes. En esos años de sóviets y bolcheviques surge la segunda versión de la ensalada rusa: «советским оливье» u Olivier soviética. Esta nueva versión, más “popu”, tenía ingredientes a los que los campesinos podían acceder: papa, arvejas, pepinos y pollo, entre otros. Es esta la receta que llega a la Argentina mediada por la migración rusa de mitad del siglo XX y se queda en nuestras mesas con alguna que otra variación.

Las comidas típicas nos cuentan otra historia que no tiene que ver con las guerras movidas por los intereses económicos de las clases dominantes, sino con la lucha de los pueblos que sueñan con la libertad. Los responsables de las guerras entre Estados son los gobernantes, no su pueblo y su cultura. Como decía Marx: “los obreros no tienen patria”; las ensaladas que ellos hacen, tampoco. El día que sea abolida la explotación de una nación por otra, seguro que en el banquete de celebración va a ver un rebosante bol de ensalada rusa.

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