Por Julieta Acosta
Es abril del 2007. Encuentro en el Ares un video del recital de Roger Waters que acabo de viajar a ver, hace dos semanas. Es, hasta ahora, lo mejor que me pasó en la vida: ¿cómo no voy a sacrificar mi bajada limitada de Gigared para esto? Lo espero toda la tarde con el uniforme puesto.
Es, también, la primera vez que termino mirando porno, y se siente horrible. Tan horrible como para cerrarlo automáticamente, eliminarlo de Descargas y de la Papelera.
¿Virgen? Eso ya no soy hace tiempo. En mi mundo es algo que importa, como una suerte de pureza que algunas de las demás tienen, pero ya no camina conmigo. Suficiente como para ya no sentirme digna de rezar antes de dormir.
¿Virgen? Se me habla más de eso que de usar un preservativo o sentir placer. Pero no se me habla, y todavía no entiendo que es grave. No se me habla en el colegio, mucho menos en mi casa. No lo hablan mis amigas, que ya me tacharon de “puta” por explorar mi cuerpo y el de otras personas. Sin embargo hace dos años tomo ACO (pastillas anticonceptivas), porque mis ciclos menstruales son irregulares. Pero la ginecóloga tampoco me habló demasiado. Todxs se están pasando la pelota.
Hay una ley sancionada y promulgada desde el 2006 (26.150), pero a mi generación (la que adolesció en los 2000) no va a llegarle, o va a llegarle a medias. Nos llegaron nada más que intentos de cumplir con ella, o con el material curricular obligatorio.
Habla de “entender a lo integral como aspectos biológicos, sociales, afectivos y éticos” acercando la educación sexual integral a todas las instituciones educativas y docentes del país, en todos los niveles y modalidades, promoviendo los derechos humanos, la inclusión, reconociendo la diversidad, con una perspectiva de género, y pide reflexionar sobre nuestros propios pensamientos, discursos y acciones para revertir las injusticias sociales e institucionales, las violencias y vulneraciones de derechos.
No nos hablaron. Y cuando nos hablaron: nos hablaron mal.
Se nos habló desde lo biológico, como si nuestros cuerpos -desde una lógica binaria, claro- fuesen nada más que un corte sagital.
Se nos habló desde lo religioso, porque el lugar de la mujer en la familia es el de engendrar. Tal vez, también, desde lo moral. ¿Dónde carajo estaban mis experiencias, las de mis pares, y yo en todo eso?
A esa “educación sexual ideal y hermosa” que leo en la ley y puedo ver hoy en un cambio de paradigma, a nosotrxs nos llegó desarmada, vimos nada más que una parte muy chiquita de las piezas.
A ese rompecabezas, ante las faltantes, le metimos otras que encontramos donde pudimos. Las había en pelis, en los libros más técnicos y en los que no nos dejaban sacar de la biblioteca. En la tele después de las 22 en forma de “contenido erótico” o “escenas de sexo”. Estaban en la anécdota-de la anécdota-de la anécdota, que, como teléfono roto, un amigue contó. En wikipedia. En mi forma de entrarle al mundo: googleando, pero no animándome lo suficiente como para consumir pornografía y “ver la cosa real”. La “cosa real” ya me estaba pasando, y si bien yo sabía que tenía que usar preservativo (más por miedo a embarazarme que a contagiarme de una ITS), el correcto uso del mismo dependía bastante de lo que supiera mi compañero.
Y en esto radica un quilombo gravísimo: la distancia entre el mundo ficticio en el que crecimos, y… la otra cosa real. La que empezó a sucedernos, que al final, es la única que importa. Una que distó siempre del porno mainstream y de Hollywood.
Armando esta columna, a Nico Culebras le salió dibujar “tu ESI fueron las barbies”, y me quedé tildada. Porque sí, estuvieron entre sí en las pelotas (que no tienen) mucho antes que yo. Y para peor: mientras a mí, como piba, se me alejó con fervor siquiera de la idea de mirar pornografía, se me colocó un chip para cambiar rápido de canal, cuando tenía 12 años mis amigos del colegio iban por primera vez a un prostíbulo. Tenían revistas, cartas, posters, y quienes podían, también, internet.
Nosotras crecimos mirando pelis en las que se coge por amor, y se acaba al mismo tiempo que el chabón, que es subirle un poco el volumen a la fábula de Disney en la que el príncipe te despierta con un beso, o te rescata de una vida que no te cabía, o te permite ascender socialmente, pero en todas -más, menos mensajes como mínimo, dudosos- se es “feliz para siempre”.
Y no es que los varones no las hayan visto, sino que a la par se los alentó a una hipersexualidad, que pudo haber acompañado, sí, los cambios que estaban viviendo físicamente, pero nosotras también.
El lado B de tener que empezar a lidiar con nuestras menstruaciones, las depilaciones, corpiños un poco más grandes, y ropa que quizás empezó a darnos vergüenza usar porque nos convertimos en objetos de deseo de un momento para el otro, fue (y lo es en la pubertad) nuestro deseo.
Los cambios hormonales de la pubertad y la adolescencia también abarcan el deseo. Empezamos a habitar cuerpos que tienen la capacidad de sentir cosas que nadie nos ayudó a procesar, ni siquiera nos tiraron una punta, de ningún costado.
Como generación ni siquiera pudimos hacernos, en general, en tiempo, las preguntas importantes: ¿me gustan los varones? ¿Me gustan las mujeres? ¿Me gustan ambxs? ¿Existen cuerpos por fuera de la cisnormatividad? ¿Pueden llegar a interesarme? ¿Puedo ser yo esx que no se identifique con ser varón o ser mujer y todo lo que social y culturalmente implica? ¿Puedo probar? ¿Se me puede permitir la curiosidad por fuera de una porno en la que dos mujeres hegemónicas se estimulan mutuamente con uñas larguísimas para calentar a un chabón?
Lo que supimos conseguir es un polvo horrible, inacabado, voraz. Uno desinteresado: ¿juego previo? A donde vamos no lo necesitamos, tampoco para mantener erecta una pija, mucho menos para lubricar una vagina o un ano, que son de las zonas más sensibles de nuestro cuerpo. ¿Dilatación? Nunca escuchamos hablar de ella, mucho menos mirarse a los ojos de verdad.
No estamos hablando hace años de deconstrucción puramente “de balde”. A esto mismo con toda la importancia que tiene, también, lo estamos teniendo que reescribir. A un disfrute y un deseo en el que el otro existe y nos importa, en el que no es solamente un envase con el cual hacernos “una paja un poco más copada” que la que nos haríamos solxs, aún y sobretodo si es un encuentro casual, porque lx otrx no es un envase ni un juguete. A explorar dentro del diálogo y el consentimiento, pero sobre nuestros propios placeres y cuerpos también, empezar a preguntarse un poco más qué hay dentro de una fantasía real y posible, solx o en compañía, y por qué no, también, llevarla a cabo.
Y vos, ¿en qué pensás cuando al café le estás poniendo #LECHE?
¿Querés más data? ¡no es tarde! @colectivoesi trabaja en hacerle llegar educación sexual integral inclusiva a personas de todas las edades.
#LECHE es una columna ilustrada por Nico Culebras y parte de Sin Aportes, podes escucharla todos los jueves desde las 8am por MEGA98.1
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